Las claves del modelo de bienestar nórdico

Las claves del modelo de bienestar nórdico
Resumen del articulo  El Orden Mundial en el S. XXIEconomíaEuropa    25/09/2014

Al norte de Europa, están cuatro de los países donde supuestamente existe una mejor calidad de vida. Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia son, a pesar del frío, considerados como unos excelentes lugares para vivir. Se han convertido en toda una referencia tanto para algunos gobiernos como paraíso prohibido para ciudadanos europeos y no europeos. Servicios públicos de gran calidad, crecimiento económico estable, paro casi inexistente y un sistema educativo excelente son algunas de las señas de identidad de estos países. De hecho, ha acabado siendo bautizado como “modelo de bienestar nórdico”. Casi parece una utopía.
Fundamentos del Estado de Bienestar nórdico
El sistema de bienestar de estos países se articula en base a dos hechos principalmente: la intervención político-económica del Estado y una notable concienciacia y participación política de la sociedad. Esto, a lo largo de los años, ha creado un circuito que se retroalimenta constantemente y que favorece tanto la correcta actuación de los actores públicos como los niveles de exigencia de la sociedad respecto a las políticas públicas y la marcha del país en su conjunto.
Política fiscal
El estado interviene en la economía  a través de la política fiscal, esto es, de los impuestos. La idea  reside en que debe redistribuir los impuestos de manera equitativa y justa a toda la población y todas las capas sociales, de manera que todo el mundo tenga las mismas oportunidades de desarrollo gracias a una educación pública igual para todos, una sanidad universal, empleo de calidad, acceso a la vivienda, políticas sociales para los más desfavorecidos, etc.
Lógicamente, todas estas intenciones políticas cuestan bastante dinero, dinero que de algún sitio debe salir. La vía más normal es a través de los impuestos. En este sentido nos encontramos con que las cargas impositivas, tanto directas como indirectas son, en estos países, muy altas.
Comparando a los países nórdicos, es el trabajador-consumidor el que soporta la mayor carga impositiva, mientras que en España o Alemania, países cuantitativamente más potentes – más PIB –, es la empresa quien tiene una presión fiscal más elevada en favor de que los trabajadores tengan más dinero disponible, favoreciendo así el consumo. En este sentido no hay recetas mágicas ni dogmas de fe.
 La pauta básica de los países nórdicos podría resumirse en que puesto que son las empresas las que crean empleo – además del Estado, como veremos más adelante –, cuanta mayor cantidad de dinero para invertir tengan, más empleo y crecimiento estable habrá; en cambio, los trabajadores, como principales receptores de las ayudas sociales en mayor o menor medida, son los que sufragan de manera solidaria con sus salarios del trabajo y su consumo sus propias políticas sociales.
El salario  disponible de los trabajadores es menor, pero a cambio tienen numerosos aspectos de índole social cubiertos por ayudas, becas, subvenciones, etc. La única desventaja que puede tener este modelo es en relación al IVA, bastante alto, y que por la propia concepción de ser indiscriminado en su aplicación, afecta más a la clase baja que a la alta – vas a pagar el mismo impuesto si compras un artículo, ganes 800€ al mes que 4000€ –. A pesar de este hándicap, con el tiempo se han articulado unas políticas redistributivas tan eficaces que el efecto regresivo de los impuestos indirectos se ha paliado en gran medida.
Modelo laboral de la ‘flexiseguridad’
Básicamente, la flexiseguridad es un punto donde se consigue mantener tanto la protección al trabajador como la capacidad de crecimiento de las empresas gracias a un modelo laboral flexible. En este modelo, la contratación y despido de trabajadores es gratuita, pero a la hora de proteger al trabajador, el Estado recoge el testigo y le proporciona un subsidio sustancioso para que no vea muy mermada su capacidad de compra, así como fomenta que el trabajador se instruya y adquiera nuevas o renovadas competencias laborales de cara a una reinserción en el mercado laboral lo más rápida posible y en un puesto de calidad.
Educación como base del desarrollo
En esta línea, los esfuerzos públicos en favor de la educación pública son absolutos. En una comparación entre No, obtenido del Banco Mundial, se observa el porcentaje de gasto público en educación que existe tanto en los países nórdicos como en España y Alemania. La distancia entre nórdicos y no nórdicos es evidente. Bien es cierto que los últimos datos disponibles son del año 2010, por lo que al menos en el caso español se habrá reducido dicho gasto. En el resto de países, salvo Noruega, que es el que más dinero destina a esa partida educativa, parece haber una tendencia ascendente en este aspecto. 














Igualdad de género y conciliación familiar
Dos de las grandes asignaturas pendientes en las sociedades industrializadas y económicamente desarrolladas son la igualdad de género y la conciliación familiar. Ejemplos de esta desigualdad los podemos encontrar en la llamada ‘brecha salarial’, por la cual una mujer cobra menos que un hombre en un puesto de trabajo exactamente igual y tiene menos probabilidades de ascenso o promoción dentro de la empresa simplemente por su sexo; la mayor dificultad de la mujer de insertarse en el mercado de trabajo al disponer de menos tiempo al estar al cuidado del hogar o los hijos y en referencia a esto último, una mayor precariedad laboral al ser “madres potenciales”.
Dicho criterio se resume en que una mujer es un trabajador más inestable al ser una madre en potencia. Si esto se produjese, en la práctica totalidad de estados de bienestar se han desarrollado prolongadas bajas por maternidad antes y por supuesto, después del parto. Esta legislación protectora hace que las empresas empleadoras sigan teniendo que pagar el sueldo de la empleada durante su baja por maternidad sin que la propia empresa reciba ninguna compensación o retribución por la pérdida de dicho trabajador. Partiendo de esta lógica económico-empresarial, muchos empleadores son reacios a contratar mujeres o en el caso de las que ya trabajan, el riesgo de despido aumenta si se quedan embarazadas.
Por estos motivos, y en un delicado y difícil intento por equilibrar igualdad de género y promoción de la familia – no olvidemos que los recursos humanos son vitales para estos países –, los estados nórdicos han realizado políticas bastante activas de cara a blindar laboralmente a las mujeres, tanto en su propio empleo como facilitar a los padres el desarrollo de una vida familiar.
En Noruega, por ejemplo, las madres tienen 46 semanas de baja por maternidad con el 100% del sueldo o 56 semanas con el 80%, mientras que el padre tiene 12 semanas de permiso. Si creíamos que estos derechos ya son bastante atractivos, todavía hay más. Desde el momento en el que nace un hijo y hasta que cumpla los 18 años, cada familia es ayudada con 125€ mensuales – mantener un hijo cuesta miles de euros anualmente –; también, hasta que tenga tres años, las guarderías son gratuitas o, en caso de permanecer la criatura en casa, se ayuda a las familias con hasta 5000€ al año. Los restantes niveles educativos noruegos también son gratuitos.
En Suecia, las bajas por maternidad y las ayudas a la familia también son sustanciales. Los progenitores suecos disponen de 480 días – 16 meses – de permiso con el 80% del sueldo cubierto, de los cuales pueden compartir 60 con quien no tenga la baja principal. Aquí las guarderías ya no son gratuitas, aunque sí son de una cuantía bastante reducida para lo que es el nivel de precios de Suecia; también existen ayudas mensuales para quienes deciden tener un hijo, 100€ hasta que cumpla los 16 años y refuerzo extraescolar gratuito hasta los 12, además de la ya asentada gratuidad en todos los niveles educativos.
Si nos vamos hasta Finlandia, la situación es similar. Las madres finesas tienen 105 días de permiso con el 80% de su sueldo, mientras que los padres sólo 18 días. A pesar de esto, ambos disponen de 158 días más que pueden compartir en los meses siguientes al nacimiento de su hijo, por lo que aunque no se lleguen a cifras tan altas como las suecas o las noruegas, al final queda un permiso bastante equitativo y generoso para ambos. En los años siguientes, la flexibilidad del sistema educativo finlandés facilita en gran medida que las familias no estén excesivamente preocupadas de los hijos ni tengan que renunciar a trabajar por criar a sus retoños. Finlandia, que de los cuatro países es el que menos renta per cápita tiene, consigue compensar esas cifras con un sistema sociocultural amplísimo que facilita a las familias la crianza de los hijos. Lógicamente, que el sistema educativo en su totalidad sea gratuito es un aliciente a esta conciliación.
En último lugar, Dinamarca. El país de Lego es notablemente generoso con la política familiar, ya que al igual que sus vecinos escandinavos lo concibe como un sistema que relaciona mercado laboral, educación, valores socioculturales y por supuesto, el omnipresente papel estatal. Así, las madres danesas disponen de un año de baja por maternidad con el sueldo cubierto, mientras que para los padres sólo hay dos semanas de permiso. A pesar de este desequilibrio que deriva en que la madre pueda quedarse más descolgada del mercado laboral, el Estado proporciona entre 100 y 200€ mensuales a las familias por cada hijo en edad escolar, además de facilidades extra como la gratuidad en la educación y otras ayudas al estudio.


Democracia y participación política
Entender un sistema político democrático – e incluso autoritario – como algo unidireccional es, además de ser algo que induce a error, ineficiente. En el caso de las democracias, es una necesidad que haya, especialmente a la hora de elaborar políticas, comunicación e influencias en ambos sentidos. La población de los países nórdicos participa activamente en política de una u otra manera. Afiliación a partidos, a sindicatos o a ONGs son algunos de los ejemplos en los que destacan estos países.
Por ejemplo, si acudimos a ver las tasas de afiliación a los sindicatos, los países nórdicos son los que más altas las tenían en 2011 según el Instituto de Estudios Económicos, aunque más bajas que diez años antes. La media de la OCDE se sitúa en que un 17,5% de la fuerza de trabajo está afiliada a algún sindicato. Pues bien, en Finlandia, el segundo de dicha zona sólo por detrás de Islandia, la afiliación es del 70%; en Dinamarca del 68,8%; en Suecia del 67,7% y en Noruega del 54,6%. Después de ellos, que son de segundo a quinto puesto, ya vendrían todos los demás países de la OCDE. En esta variable, España se encuentra con un 15,9% de trabajadores afiliados, por debajo de la media, mientras que un bastión histórico del sindicalismo europeo, Reino Unido, sólo cuenta con un 25,8% de afiliación.
Las altas cifras de la sindicación nórdica también se deben a que en estos países, además de algún otro europeo, los logros cosechados por el sindicato en materia laboral, de derechos, prestaciones y demás, sólo benefician a los trabajadores sindicados, por lo que muchos trabajadores acaban afiliándose en busca de las ventajosas condiciones que los trabajadores nórdicos obtienen a través de sus sindicatos.

El talón de Aquiles de la igualdad nórdica
Ya vimos anteriormente cómo la igualdad política y económica entre sexos está en un punto que aunque mejorable, se acerca a lo óptimo. En las relaciones personales entre hombres y mujeres en los países nórdicos esto no parece ser así.
En marzo de 2014, la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales (AEDF), dio a conocer un informe sobre la situación de la violencia machista en la Unión Europea. Era la primera encuesta con un posterior estudio que se hacía a nivel comunitario, y los resultados tuvieron rápidamente una enorme difusión. No era para menos; había algunas cifras demoledoras, como por ejemplo el hecho de que casi un 10% de las mujeres en la UE había sido víctima de violencia física o sexual en los doce meses anteriores a la realización. Del mismo modo, más de la mitad de las mujeres europeas – un 53% – afirmaron que “procuran evitar ciertos lugares o situaciones, al menos en ocasiones, por temor a ser víctimas de agresiones físicas o sexuales”. Y por si esto fuera poco, hay cifras todavía más terribles: un tercio de las mujeres adultas europeas reconoce haber experimentado violencia física o sexual alguna vez en su vida, que nada más y nada menos son 186 millones de mujeres. Además, unos 10 millones de europeas, que son cerca de un 5% de la población femenina, asegura haber sido violada y un 12% haber sido agredida sexualmente en la infancia.ación de la encuesta o que el 11% de las mujeres de la UE había sido alguna vez acosada –físicamente o vía cibernética –.
Por países, también hay diferencias considerables y que sobre todo conviene explicar, ya que en este caso, los números por sí solos no dan la visión completa. Antes de entrar a observar el mapa sobre la violencia machista en la Unión, cabe destacar que este estudio parte de una encuesta en la que la noción de violencia es subjetiva. Esto quiere decir que una mujer portuguesa probablemente no considera violencia algo que sí considera una sueca, como las percepciones de lo que es acoso no son las mismas en Austria que en Dinamarca, percepciones que lógicamente “alteran” los resultados. A pesar de este hecho, es igualmente interesante ver, partiendo de la comentada subjetividad, cómo distintas sociedades reaccionan y se expresan frente al fenómeno de la violencia contra las mujeres.
Los países nórdicos son los que tienen mayores porcentajes de mujeres que afirman haber sido objeto de este tipo de violencia, mientras que la cifra va decreciendo a medida que nos acercamos a la periferia europea – Mediterráneo y este de Europa –. En países como Finlandia, Dinamarca, Suecia o Francia es más aceptable culturalmente hablar de violencia de género y, por lo tanto, las mujeres la declaran más. Las mujeres de los países nórdicos tienen mucha conciencia de género, saben que son iguales en derechos a los hombres y tienen claro que no tienen que aguantar ciertas cosas. No pasan ni una. También en esos países hay más mujeres en el mercado laboral y por su estilo de vida están más expuestas.

Resultados del modelo nórdico de bienestar
Las cifras hablan por sí solas. Considerando que en el mundo existen en torno a unos 190 países, los nórdicos se sitúan a la cabeza en materia de bienestar de su población e igualdad en la distribución de los ingresos. Como dijimos anteriormente, el índice de Gini nos muestra la contundencia de las políticas redistributivas y sociales que se aplican en los países nórdicos. Quizás el gran logro de estos estados, ya que de manera directa o indirecta, todas las políticas y sectores – seguridad, educación, sanidad, infraestructuras, etc. – convergen en el hecho de que se hayan convertido en los países con menos desigualdad respecto a los ingresos.
En cuestiones de índole político-social también podemos destacar alguna medición reveladora a la par que interesante. Por ejemplo, una buena parte de nuestro trabajo ha versado sobre cuestiones de género y la problemática de la violencia, por lo que veremos el porcentaje de mujeres en los distintos parlamentos nacionales. También veremos el gran medidor de los resultados en educación encarnados en la clasificación del Informe PISA, la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) saliente y la percepción que tienen los ciudadanos nórdicos de si sus políticos velan por el interés público.
Ante esta situación de bienestar, resultados que en muchos sitios se conseguirían invirtiendo ingentes cantidades de dinero y hasta generosas donaciones a los países en vías de desarrollo, lo más lógico que nos puede asaltar la mente es el enorme esfuerzo en gasto y sobre todo, en deuda, que los países nórdicos deben realizar. Nada más lejos de la realidad.


El futuro del modelo
Nuestra intención aquí se encaminará principalmente por dos vías nada fáciles: qué podemos concluir del modelo como tal y qué futuro le espera a nuestros cuatro países teniendo en cuenta que seguirán con esta idea de bienestar y considerando la situación internacional que irremediablemente les va a afectar.
En primer lugar, destacamos la idea de que este modelo de bienestar ha sido posible gracias a un Estado intervencionista apoyado y controlado por una sociedad responsable y crítica. Este tema no es algo superficial, sino que es una compenetración tanto de los poderes de la sociedad, véase el político, el económico y la sociedad como ciudadanía, reconocen y complementan la labor que realiza el estado a través de sus políticas. los ciudadanos de dichos países son conscientes de los buenos resultados que se consiguen gracias a políticas públicas de calidad y a la vez son exigentes para con la labor de las mismas, por lo que constantemente se produce una retroalimentación “sana”, siempre con la finalidad de que las políticas sean de la mayor calidad posible. A esto se le suma la comentada participación y sobre todo, exigencia por parte de la ciudadanía. Y aquí hasta entran factores culturales. Por ejemplo, los datos de fraude fiscal o economía sumergida no son en los países nórdicos de los más bajos de Europa. Pero sí hay una cosa que por ejemplo en la periferia europea no se tiene: reprobación pública. Quien no aporta al sistema en los países nórdicos – o intenta dejar de hacerlo en su defecto – tiene el absoluto rechazo de la sociedad. No ya es sólo las consecuencias jurídicas que puede tener el fomentar o circular “en negro”, sino que socialmente está terriblemente mal visto.
La segunda cuestión a abordar es la concepción de lo nórdico y hasta qué punto se puede hablar de un modelo nórdico. A la vista de los datos, en términos generales, Finlandia es el eslabón más débil. En este trabajo podíamos haber incluido a Islandia, pero por irrelevancia del peso en las magnitudes que íbamos a analizar, decidimos apartarlo. Así pues, Finlandia parece el menos nórdico de todos. Y esto es una verdad a medias. Es cierto que el país nórdico fronterizo con Rusia aparece en casi todas las clasificaciones como el último – si bien sigue teniendo buenos resultados – y esto se debe principalmente al devenir histórico y cultural que este país ha tenido. Desde su independencia en 1917 ha intentado “nordificarse”, pero nunca ha conseguido hacerlo del todo. La dependencia primero de la URSS y luego de Rusia hizo que en la transformación de la primera a la segunda, Finlandia sufriese una terrible crisis económica. Igualmente, a nivel cultural, la trayectoria finesa es bastante más distante que la que tienen Noruega, Suecia y Dinamarca, por lo que su adhesión al modelo nórdico es, por decirlo de alguna manera, más “forzada” que la de los otros tres, con mayores nexos históricos y culturales. A pesar de todo esto, Finlandia ha obtenido y obtiene magníficos resultados en multitud de áreas y políticas que ya quisieran muchos otros países del continente.
Gracias a todo este esfuerzo político, económico y ciudadano, podemos decir que el modelo nórdico de bienestar es el modelo de bienestar – reiteramos que el bienestar no tiene por qué provenir sólo del Estado – más perfeccionado y con los mejores resultados en bienestar ciudadano, compatibilizados además con dinamismo económico y sostenibilidad del sistema, algo fundamental para poder desarrollarlo en el largo plazo.
La recesión de 2008 les ha afectado como a la inmensa mayoría de países desarrollados y emergentes. Esa repentina parálisis financiera hizo que la mayoría de estados, nórdicos y no nórdicos, cayesen a cifras de decrecimiento bastante fuertes, si bien lo importante no es eso sino cómo han seguido caminando. Después de ese bache económico, los países nórdicos han conseguido repuntar a cifras de crecimiento bajas aunque no dramáticas.

Artículo de Fernando Arancón publicado originalmente en El Orden Mundial del Siglo XXI.
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