Al norte de Europa, están cuatro de
los países donde supuestamente existe una mejor calidad de vida. Dinamarca,
Noruega, Suecia y Finlandia son, a pesar del frío, considerados como unos
excelentes lugares para vivir. Se han convertido en toda una referencia tanto
para algunos gobiernos como paraíso prohibido para ciudadanos europeos y no europeos.
Servicios públicos de gran calidad, crecimiento económico estable, paro casi
inexistente y un sistema educativo excelente son algunas de las señas de
identidad de estos países. De hecho, ha acabado siendo bautizado como “modelo
de bienestar nórdico”. Casi parece una utopía.
Fundamentos del Estado de Bienestar
nórdico
El sistema de bienestar de estos
países se articula en base a dos hechos principalmente: la intervención
político-económica del Estado y una notable concienciacia y participación política
de la sociedad. Esto, a lo largo de los años, ha creado un circuito que se
retroalimenta constantemente y que favorece tanto la correcta actuación de los
actores públicos como los niveles de exigencia de la sociedad respecto a las
políticas públicas y la marcha del país en su conjunto.
Política fiscal
El estado interviene en la economía a través de la política fiscal, esto es, de
los impuestos. La idea reside en que
debe redistribuir los impuestos de manera equitativa y justa a toda la
población y todas las capas sociales, de manera que todo el mundo tenga las
mismas oportunidades de desarrollo gracias a una educación pública igual para
todos, una sanidad universal, empleo de calidad, acceso a la vivienda,
políticas sociales para los más desfavorecidos, etc.
Lógicamente, todas estas intenciones
políticas cuestan bastante dinero, dinero que de algún sitio debe salir. La vía
más normal es a través de los impuestos. En este sentido nos encontramos con
que las cargas impositivas, tanto directas como indirectas son, en estos
países, muy altas.
Comparando a los países nórdicos, es el
trabajador-consumidor el que soporta la mayor carga impositiva, mientras que en
España o Alemania, países cuantitativamente más potentes – más PIB –, es la
empresa quien tiene una presión fiscal más elevada en favor de que los
trabajadores tengan más dinero disponible, favoreciendo así el consumo. En este
sentido no hay recetas mágicas ni dogmas de fe.
La pauta básica de los países nórdicos podría
resumirse en que puesto que son las empresas las que crean empleo – además del
Estado, como veremos más adelante –, cuanta mayor cantidad de dinero para
invertir tengan, más empleo y crecimiento estable habrá; en cambio, los
trabajadores, como principales receptores de las ayudas sociales en mayor o
menor medida, son los que sufragan de manera solidaria con sus salarios del
trabajo y su consumo sus propias políticas sociales.
El salario disponible de los trabajadores es menor, pero
a cambio tienen numerosos aspectos de índole social cubiertos por ayudas,
becas, subvenciones, etc. La única desventaja que puede tener este modelo es en
relación al IVA, bastante alto, y que por la propia concepción de ser
indiscriminado en su aplicación, afecta más a la clase baja que a la alta – vas
a pagar el mismo impuesto si compras un artículo, ganes 800€ al mes que 4000€
–. A pesar de este hándicap, con el tiempo se han articulado unas políticas
redistributivas tan eficaces que el efecto regresivo de los impuestos
indirectos se ha paliado en gran medida.
Modelo
laboral de la ‘flexiseguridad’
Básicamente, la flexiseguridad es un
punto donde se consigue mantener tanto la protección al trabajador como la
capacidad de crecimiento de las empresas gracias a un modelo laboral flexible.
En este modelo, la contratación y despido de trabajadores es gratuita, pero a
la hora de proteger al trabajador, el Estado recoge el testigo y le proporciona
un subsidio sustancioso para que no vea muy mermada su capacidad de compra, así
como fomenta que el trabajador se instruya y adquiera nuevas o renovadas
competencias laborales de cara a una reinserción en el mercado laboral lo más
rápida posible y en un puesto de calidad.
Educación como base del desarrollo
En esta línea, los esfuerzos públicos
en favor de la educación pública son absolutos. En una comparación entre No,
obtenido del Banco Mundial, se observa el porcentaje de gasto público en
educación que existe tanto en los países nórdicos como en España y Alemania. La
distancia entre nórdicos y no nórdicos es evidente. Bien es cierto que los
últimos datos disponibles son del año 2010, por lo que al menos en el caso español
se habrá reducido dicho gasto. En el resto de países, salvo Noruega, que es el
que más dinero destina a esa partida educativa, parece haber una tendencia
ascendente en este aspecto.
Igualdad
de género y conciliación familiar
Dos de las grandes asignaturas
pendientes en las sociedades industrializadas y económicamente desarrolladas
son la igualdad de género y la conciliación familiar. Ejemplos de esta
desigualdad los podemos encontrar en la llamada ‘brecha salarial’, por la cual
una mujer cobra menos que un hombre en un puesto de trabajo exactamente igual y
tiene menos probabilidades de ascenso o promoción dentro de la empresa
simplemente por su sexo; la mayor dificultad de la mujer de insertarse en el
mercado de trabajo al disponer de menos tiempo al estar al cuidado del hogar o
los hijos y en referencia a esto último, una mayor precariedad laboral al ser
“madres potenciales”.
Dicho criterio se resume en que una
mujer es un trabajador más inestable al ser una madre en potencia. Si esto se
produjese, en la práctica totalidad de estados de bienestar se han desarrollado
prolongadas bajas por maternidad antes y por supuesto, después del parto. Esta
legislación protectora hace que las empresas empleadoras sigan teniendo que
pagar el sueldo de la empleada durante su baja por maternidad sin que la propia
empresa reciba ninguna compensación o retribución por la pérdida de dicho
trabajador. Partiendo de esta lógica económico-empresarial, muchos empleadores
son reacios a contratar mujeres o en el caso de las que ya trabajan, el riesgo
de despido aumenta si se quedan embarazadas.
Por estos motivos, y en un delicado y
difícil intento por equilibrar igualdad de género y promoción de la familia –
no olvidemos que los recursos humanos son vitales para estos países –, los
estados nórdicos han realizado políticas bastante activas de cara a blindar
laboralmente a las mujeres, tanto en su propio empleo como facilitar a los
padres el desarrollo de una vida familiar.
En Noruega, por ejemplo, las madres
tienen 46 semanas de baja por maternidad con el 100% del sueldo o 56 semanas
con el 80%, mientras que el padre tiene 12 semanas de permiso. Si creíamos que
estos derechos ya son bastante atractivos, todavía hay más. Desde el momento en
el que nace un hijo y hasta que cumpla los 18 años, cada familia es ayudada con
125€ mensuales – mantener un hijo cuesta miles de euros anualmente –; también,
hasta que tenga tres años, las guarderías son gratuitas o, en caso de
permanecer la criatura en casa, se ayuda a las familias con hasta 5000€ al año.
Los restantes niveles educativos noruegos también son gratuitos.
En Suecia, las bajas por maternidad y
las ayudas a la familia también son sustanciales. Los progenitores suecos
disponen de 480 días – 16 meses – de permiso con el 80% del sueldo cubierto, de
los cuales pueden compartir 60 con quien no tenga la baja principal. Aquí las
guarderías ya no son gratuitas, aunque sí son de una cuantía bastante reducida
para lo que es el nivel de precios de Suecia; también existen ayudas mensuales
para quienes deciden tener un hijo, 100€ hasta que cumpla los 16 años y
refuerzo extraescolar gratuito hasta los 12, además de la ya asentada gratuidad
en todos los niveles educativos.
Si nos vamos hasta Finlandia, la
situación es similar. Las madres finesas tienen 105 días de permiso con el 80%
de su sueldo, mientras que los padres sólo 18 días. A pesar de esto, ambos
disponen de 158 días más que pueden compartir en los meses siguientes al
nacimiento de su hijo, por lo que aunque no se lleguen a cifras tan altas como
las suecas o las noruegas, al final queda un permiso bastante equitativo y
generoso para ambos. En los años siguientes, la flexibilidad del sistema
educativo finlandés facilita en gran medida que las familias no estén
excesivamente preocupadas de los hijos ni tengan que renunciar a trabajar por
criar a sus retoños. Finlandia, que de los cuatro países es el que menos renta
per cápita tiene, consigue compensar esas cifras con un sistema sociocultural
amplísimo que facilita a las familias la crianza de los hijos. Lógicamente, que
el sistema educativo en su totalidad sea gratuito es un aliciente a esta
conciliación.
En último lugar, Dinamarca. El país de
Lego es notablemente generoso con la política familiar, ya que al igual que sus
vecinos escandinavos lo concibe como un sistema que relaciona mercado laboral,
educación, valores socioculturales y por supuesto, el omnipresente papel estatal.
Así, las madres danesas disponen de un año de baja por maternidad con el sueldo
cubierto, mientras que para los padres sólo hay dos semanas de permiso. A pesar
de este desequilibrio que deriva en que la madre pueda quedarse más descolgada
del mercado laboral, el Estado proporciona entre 100 y 200€ mensuales a las
familias por cada hijo en edad escolar, además de facilidades extra como la
gratuidad en la educación y otras ayudas al estudio.
Democracia y participación política
Entender un sistema político
democrático – e incluso autoritario – como algo unidireccional es, además de
ser algo que induce a error, ineficiente. En el caso de las democracias, es una
necesidad que haya, especialmente a la hora de elaborar políticas, comunicación
e influencias en ambos sentidos. La población de los países nórdicos participa
activamente en política de una u otra manera. Afiliación a partidos, a
sindicatos o a ONGs son algunos de los ejemplos en los que destacan estos
países.
Por ejemplo, si acudimos a ver las
tasas de afiliación a los sindicatos, los países nórdicos son los que más altas
las tenían en 2011 según el Instituto de Estudios Económicos, aunque más bajas
que diez años antes. La media de la OCDE se sitúa en que un 17,5% de la fuerza
de trabajo está afiliada a algún sindicato. Pues bien, en Finlandia, el segundo
de dicha zona sólo por detrás de Islandia, la afiliación es del 70%; en
Dinamarca del 68,8%; en Suecia del 67,7% y en Noruega del 54,6%. Después de
ellos, que son de segundo a quinto puesto, ya vendrían todos los demás países
de la OCDE. En esta variable, España se encuentra con un 15,9% de trabajadores
afiliados, por debajo de la media, mientras que un bastión histórico del
sindicalismo europeo, Reino Unido, sólo cuenta con un 25,8% de afiliación.
Las altas cifras de la sindicación
nórdica también se deben a que en estos países, además de algún otro europeo,
los logros cosechados por el sindicato en materia laboral, de derechos,
prestaciones y demás, sólo benefician a los trabajadores sindicados, por lo que
muchos trabajadores acaban afiliándose en busca de las ventajosas condiciones
que los trabajadores nórdicos obtienen a través de sus sindicatos.
El talón de Aquiles de la igualdad
nórdica
Ya vimos anteriormente cómo la igualdad
política y económica entre sexos está en un punto que aunque mejorable, se
acerca a lo óptimo. En las relaciones personales entre hombres y mujeres en los
países nórdicos esto no parece ser así.
En marzo de 2014, la Agencia Europea
para los Derechos Fundamentales (AEDF), dio a conocer un informe sobre la
situación de la violencia machista en la Unión Europea. Era la primera encuesta
con un posterior estudio que se hacía a nivel comunitario, y los resultados
tuvieron rápidamente una enorme difusión. No era para menos; había algunas
cifras demoledoras, como por ejemplo el hecho de que casi un 10% de las mujeres
en la UE había sido víctima de violencia física o sexual en los doce meses
anteriores a la realización. Del mismo modo, más de la mitad de las mujeres
europeas – un 53% – afirmaron que “procuran evitar ciertos lugares
o situaciones, al menos en ocasiones, por temor a ser víctimas de
agresiones físicas o sexuales”. Y por si esto fuera poco, hay cifras
todavía más terribles: un tercio de las mujeres adultas europeas reconoce haber
experimentado violencia física o sexual alguna vez en su vida, que nada más y
nada menos son 186 millones de mujeres. Además, unos 10 millones de europeas,
que son cerca de un 5% de la población femenina, asegura haber sido violada y
un 12% haber sido agredida sexualmente en la infancia.ación de la encuesta o
que el 11% de las mujeres de la UE había sido alguna vez acosada –físicamente o
vía cibernética –.
Por países, también hay diferencias
considerables y que sobre todo conviene explicar, ya que en este caso, los
números por sí solos no dan la visión completa. Antes de entrar a observar el
mapa sobre la violencia machista en la Unión, cabe destacar que este estudio
parte de una encuesta en la que la noción de violencia es subjetiva. Esto
quiere decir que una mujer portuguesa probablemente no considera violencia algo
que sí considera una sueca, como las percepciones de lo que es acoso no son las
mismas en Austria que en Dinamarca, percepciones que lógicamente “alteran” los
resultados. A pesar de este hecho, es igualmente interesante ver, partiendo de
la comentada subjetividad, cómo distintas sociedades reaccionan y se expresan
frente al fenómeno de la violencia contra las mujeres.
Los países nórdicos
son los que tienen mayores porcentajes de mujeres que afirman haber sido objeto
de este tipo de violencia, mientras que la cifra va decreciendo a medida que
nos acercamos a la periferia europea – Mediterráneo y este de Europa –. En
países como Finlandia, Dinamarca, Suecia o Francia es más aceptable
culturalmente hablar de violencia de género y, por lo tanto, las mujeres la
declaran más. Las mujeres de los países nórdicos tienen mucha conciencia de
género, saben que son iguales en derechos a los hombres y tienen claro que no
tienen que aguantar ciertas cosas. No pasan ni una. También en esos países hay
más mujeres en el mercado laboral y por su estilo de vida están más expuestas.
Resultados del modelo nórdico de
bienestar
Las cifras hablan por sí solas.
Considerando que en el mundo existen en torno a unos 190 países, los nórdicos
se sitúan a la cabeza en materia de bienestar de su población e igualdad en la
distribución de los ingresos. Como dijimos anteriormente, el índice de Gini nos
muestra la contundencia de las políticas redistributivas y sociales que se
aplican en los países nórdicos. Quizás el gran logro de estos estados, ya que
de manera directa o indirecta, todas las políticas y sectores – seguridad,
educación, sanidad, infraestructuras, etc. – convergen en el hecho de que se
hayan convertido en los países con menos desigualdad respecto a los ingresos.
En cuestiones de índole político-social
también podemos destacar alguna medición reveladora a la par que interesante.
Por ejemplo, una buena parte de nuestro trabajo ha versado sobre cuestiones de
género y la problemática de la violencia, por lo que veremos el porcentaje de
mujeres en los distintos parlamentos nacionales. También veremos el gran
medidor de los resultados en educación encarnados en la clasificación del
Informe PISA, la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) saliente y la percepción que
tienen los ciudadanos nórdicos de si sus políticos velan por el interés
público.
Ante esta situación de bienestar,
resultados que en muchos sitios se conseguirían invirtiendo ingentes cantidades
de dinero y hasta generosas donaciones a los países en vías de desarrollo, lo
más lógico que nos puede asaltar la mente es el enorme esfuerzo en gasto y
sobre todo, en deuda, que los países nórdicos deben realizar. Nada más lejos de
la realidad.
El
futuro del modelo
Nuestra intención aquí se encaminará
principalmente por dos vías nada fáciles: qué podemos concluir del modelo como
tal y qué futuro le espera a nuestros cuatro países teniendo en cuenta que
seguirán con esta idea de bienestar y considerando la situación internacional
que irremediablemente les va a afectar.
En primer lugar, destacamos la idea de
que este modelo de bienestar ha sido posible gracias a un Estado
intervencionista apoyado y controlado por una sociedad responsable y crítica.
Este tema no es algo superficial, sino que es una compenetración tanto de los poderes de la sociedad, véase el político, el
económico y la sociedad como ciudadanía, reconocen y complementan la labor que
realiza el estado a través de sus políticas. los ciudadanos de dichos países son conscientes de los buenos
resultados que se consiguen gracias a políticas públicas de calidad y a la vez
son exigentes para con la labor de las mismas, por lo que constantemente se
produce una retroalimentación “sana”, siempre con la finalidad de que las
políticas sean de la mayor calidad posible. A esto se le suma la comentada
participación y sobre todo, exigencia por parte de la ciudadanía. Y aquí hasta
entran factores culturales. Por ejemplo, los datos de fraude fiscal o economía
sumergida no son en los países nórdicos de los más bajos de Europa. Pero sí hay
una cosa que por ejemplo en la periferia europea no se tiene: reprobación
pública. Quien no aporta al sistema en los países nórdicos – o intenta dejar de
hacerlo en su defecto – tiene el absoluto rechazo de la sociedad. No ya es sólo
las consecuencias jurídicas que puede tener el fomentar o circular “en negro”,
sino que socialmente está terriblemente mal visto.
La segunda cuestión a abordar es la
concepción de lo nórdico y hasta qué punto se puede hablar de un modelo
nórdico. A la vista de los datos, en términos generales, Finlandia es el
eslabón más débil. En este trabajo podíamos haber incluido a Islandia, pero por
irrelevancia del peso en las magnitudes que íbamos a analizar, decidimos
apartarlo. Así pues, Finlandia parece el menos nórdico de todos. Y esto es una
verdad a medias. Es cierto que el país nórdico fronterizo con Rusia aparece en
casi todas las clasificaciones como el último – si bien sigue teniendo buenos
resultados – y esto se debe principalmente al devenir histórico y cultural que
este país ha tenido. Desde su independencia en 1917 ha intentado
“nordificarse”, pero nunca ha conseguido hacerlo del todo. La dependencia
primero de la URSS y luego de Rusia hizo que en la transformación de la primera
a la segunda, Finlandia sufriese una terrible crisis económica. Igualmente, a
nivel cultural, la trayectoria finesa es bastante más distante que la que
tienen Noruega, Suecia y Dinamarca, por lo que su adhesión al modelo nórdico
es, por decirlo de alguna manera, más “forzada” que la de los otros tres, con mayores
nexos históricos y culturales. A pesar de todo esto, Finlandia ha obtenido y
obtiene magníficos resultados en multitud de áreas y políticas que ya quisieran
muchos otros países del continente.
Gracias a todo este esfuerzo político,
económico y ciudadano, podemos decir que el modelo nórdico de bienestar es el
modelo de bienestar – reiteramos que el bienestar no tiene por qué provenir
sólo del Estado – más perfeccionado y con los mejores resultados en bienestar
ciudadano, compatibilizados además con dinamismo económico y sostenibilidad del
sistema, algo fundamental para poder desarrollarlo en el largo plazo.
La recesión de 2008 les ha afectado
como a la inmensa mayoría de países desarrollados y emergentes. Esa repentina
parálisis financiera hizo que la mayoría de estados, nórdicos y no nórdicos,
cayesen a cifras de decrecimiento bastante fuertes, si bien lo importante no es
eso sino cómo han seguido caminando. Después de ese bache económico, los países
nórdicos han conseguido repuntar a cifras de crecimiento bajas aunque no
dramáticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario